Vivir de nuestros residuos para poder vivir de nuestros recursos
Artículo de Gonzalo Delacámara
“El gran poema de este siglo solo podrá ser escrito con materiales de desecho”. La afirmación de A. Muñoz Molina se incluye en su obra Un andar solitario entre la gente. Y eso es la economía circular: tendremos que vivir de nuestros residuos tanto como de nuestros recursos. La naturaleza no distingue entre unos y otros: en el funcionamiento natural de los ecosistemas nada es en sí un residuo. Solo nuestra valoración de materia, energía y agua, limitada y basada en percepciones sobre su contribución al bienestar, lleva a considerar algo un recurso (un bien, con valor positivo) o un residuo (un mal, con valor nulo o negativo). Eso sí, nuestra percepción y la valoración asociada varían: lo que un día es un mal (p.e. el biogás generado a partir de la digestión anaeróbica de la biomasa de los lodos de una EDAR), en otro momento puede ser observado como un bien (un combustible, sin abandonar el ejemplo previo). La economía circular no es más (ni menos) que un sugerente oxímoron que muestra el valor de aquello que, por miopía, creemos residuo.
Materiales, fuentes de energía y de agua representan la savia de nuestro sistema económico. Desde el uso de madera, piedra y cerámica en el inicio de la especie humana, hasta el de cobre, estaño y hierro o la invención de materiales derivados como acero, cristal, papel y cemento, las materias primas han jugado un papel crítico en el aumento del bienestar. Tras la Revolución Industrial (s. XVIII), sin embargo, el uso de materias ha crecido de modo más intenso. Algunos bienes de consumo habitual (el teléfono móvil) pueden contener hasta 50 metales.
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